Volver a empezar siempre es difícil. Reinventarse es poco menos que una quimera. Si a eso le añades condicionantes externos, la situación se convierte en un salto al vacío con cero visibilidad y sin paracaidas. Un despropósito en el que se pone toda la fé y la razón en una breve oración segundos antes de saltar.
No obstante, en ocasiones, cuando no hay ninguna salida, ese salto es preferible a tumbarse a esperar la presencia de la Muerte … o de algo más temible.
Decía un viejo filósofo inglés, de cuyo nombre no pienso acordarme, que el No Way out es muchas veces una liberación. (Y si no lo dijo debería haberlo hecho)
Cierto es que la falta de opciones no es una elección en sí misma, pero desde luego una verdad absoluta es que cuando llegas al fondo no puedes seguir cayendo. Te puedes quedar ahí, pero bajar no bajarás más.
Quizás una de las claves sea saber donde es ese ahí y a que velocidad llegaste a él.
Me explico; siguiendo con la metáfora anterior del salto (¿metáfora?), no es lo mismo aterrizar en el fondo a 10 Km/h que a 10 Km/s. La bofetada te la das, pero puedes encontrarte algo contusionado o directamente hecho papilla.
La reconstrucción no es la misma, créanme.
Se que muchos de ustedes se estarán preguntando a cuento de que viene esto.
Explicaba Bukowski, en una misiva a un amigo, su decisión de jugárselo todo a una carta:
«Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de Correos y volverme loco … o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre«
SEGUIREMOS ACTUALIZANDO
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