Esta mañana he conseguido salir a la calle sin odiarme demasiado. He evitado mirarme en el espejo para no sentir la turbación de ver un rostro al que no reconozco. Aún así siento «su» mirada acusadora escudriñando cada parte de mi ser, estudiando la imagen que aparece en la superficie plana y gélida, casi tan fría como solía ser mi alma.
He deambulado sin rumbo fijo durante dos horas, queriendo fundirme con el paisaje, mimetizarme con la gente que pasa a mi lado, sentir sus preocupaciones, sus anhelos, sus ilusiones; una vez más he fallado miserablemente.
Nada de sus estúpidas vidas consigue rascar mi superficie. No consigo sentir ninguna afinidad, ningún estímulo, ningún rayo de luz que atraviese mi caparazón y encienda una mecha de … algo.
Siento ganas de gritar, por un segundo me imagino a mi mismo lanzando un sordo rugido de rabia mientras me abalanzo contra el tipo de la esquina, un grandullón pagado de si mismo que mira fijamente a las chicas que pasan. Necesito destrozarle, hacer que hinque la rodilla, que su sangre corra por mis puños mientras machaco sus huesos … sólo un instante, es todo lo que permito que esa visión de mi otro yo atraviese mi mente.
A pesar de mi rapidez para contenerla, no puedo evitar que una sonrisa fugaz se dibuje en mi cara y me haga sentir más vivo de lo que he estado en mucho tiempo.
Ya no me reconozco. No se quien soy. Al anular parte de lo que era dije adios a muchas otras cosas a las que no prestaba atención cuando estaba completo.
Ahora sólo soy los restos. Los despojos de un semidios convertido en poco menos que humano por voluntad propia.
¿Qué he hecho?
¿En qué me estoy convirtiendo?
Comments are closed, but trackbacks and pingbacks are open.