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La hora de los lobos siempre ha tenido una fascinación mágica en la humanidad. Lo hayas sabido o no, tu vida se ha visto condicionada en más de una ocasión por ella.

La hora de los lobos comienza cuando las sombras de la noche descienden y termina cuando despierta un nuevo amanecer.

Es en ese periodo místico cuando más nacimientos suceden y, también, cuando más gente fallece.

Curiosamente, el ser humano, tan social y politicamente correcto en estos días, no consigue ponerse de acuerdo con sus semejantes para casi nada. Pero, a la hora de nacer o morir, la amplia mayoría de la raza coincide individual y _»aleatoriamente»_ en algo.

El que este periodo de tiempo altera nuestra consciencia personal es algo más que un hecho. Encontramos registros que alertan sobre la hora de los lobos en escritos de la época de Plinio en los que sus contemporáneos nos avisan del influjo perverso de la noche en el alma humana, advirtiéndonos que huyamos de las sombras a partir de la hora negra, ya que es cuando las calles se tiñen de rojo con total impunidad.

En la actualidad, sigue siendo cuando más actos violentos se cometen incluyendo, como no, el asesinato.

De igual forma es en este dominio nocturno cuando el hombre más tranquilo y pacífico se deleita apenas por unos segundos en imaginar como mataría a tal o cual persona que le molesta en su vida.

Innumerables jefes, vecinos, compañeros y maridos han sido asesinados mentalmente de mil y una formas diferentes mientras los anuncios se instalan en el televisor. Tan sólo durante el tiempo que dura un comercial.

Tenía un compañero de trabajo que era un tipo simpático, siempre te llevaba café, sujetaba la puerta a las compañeras y hacía chistes sobre todo. Un compañero cualquiera, aburrido y monótono que tenía su vida ejemplarmente planificada hasta la jubilación. Satisfecho de su vida y de su no vida. No obstante, nada más nacer la hora de los lobos se entretenía planificando el perfecto atraco a su sucursal bancaria de toda la vida.

Un día que paramos a tomar unas cervezas me lo confeso todo entre trago y trago. Incluso, por unos instantes creí entrever algo en su mirada. Tal vez fuera un – ¿te apuntas? o más probablemente algo como – Necesito sólo un empujón para hacerlo realidad.

De todos modos, la noche sólo acababa de empezar y los lobos aún no habían empezado a aullar.

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