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El idiota

Las invitaciones a tomar café en casa de un conocido suelen ser como un campo minado. Aunque logres esquivar cincuenta por los pelos, siempre estás seguro que antes o después alguna te depositará en volandas en el sofá de uno u otro.

Normalmente llegas, saludas con efusividad forzada, intentas sonreir y te tomas el café a velocidad de crucero mientras piensas en tus cosas a un millón de kilómetros .

Normalmente.

La otra tarde me vi depositado en casa ajena por bien de las siempre complicadas relaciones contractuales, firmadas, la mayoría sin conocimiento, con mi bienamada esposa. Es decir, los conocidos ni siquiera eran míos .(Nota mental: Substituir campo de minas por francotirador emboscado …)

He de reconocer, no obstante, que el ambiente era distendido y que al café siguieron unos chupitos de hierbas que contribuyeron notablemente a enlazar un tema tras otro con una cordialidad impropia en este tipo de situaciones. Hasta que llegó él.
Definir aquí este “él” resulta harto complicado para mí, ya que la psiquiatría nunca entro dentro de mi ámbito de estudio, así que simplemente lo llamaremos el idiota.

Este espécimen era amigo de la infancia de uno de mis anfitriones (no me acuerdo exactamente de cual, y, aunque me acordara, me cayeron demasiado bien como para hacer recaer en la parte culpable toda la ira del averno), y, aunque con el paso del tiempo habían intentado distanciarse del idiota (creo que pidieron ir a Marte en uno de los primeros viajes de prueba) este se había enquistado en sus vidas

Este individuo, (no lo definiremos como persona … ni como ente pensante) apareció bruscamente llamando al portero automático con la misma delicadeza del caballo de Atila y prosiguió su triunfal entrada con sus mismos modales, aunque con un poco de menos educación que el caballo del mongol.

Todavía nos estaban presentando cuando empezó una perorata interminable con el único fin (reseñáble) de marcar territorio (cual perro loco miccionando sin control) y dejar bien claro que en esa reunión (y, en cualquier otra ubicada a menos de 3,000 años luz) él era la persona más instruida, versada, intrépida e inteligente de todas las formas de vida contenidas en el Universo.

Era capaz de solucionar los problemas del país (de cualquier país) en una mañana, quedándole tiempo para derrotar a Nadal a la hora del café, construir una lanzadera espacial antes de la cena, y, por supuesto, seleccionar a cualquier hembra de la especie humana (no digo mujer por respeto) para que le hiciera compañía por la noche, siempre, eso sí, que trabajara como modelo de alta costura y tuviera mínimo, dos doctorados, preferiblemente de ciencias.

Llegados a este punto he de decir, que imposibilitado tanto para la huida como para pegarle un tiro me parapeté detrás de la botella de licor de hierbas, y empecé a hacer un uso indiscriminado de la misma; de tal manera que cuando el narraba como arreglar el país (recordemos, cualquier país) yo ya iba por el segundo chupito. Cuando su oratoria describía su portentoso e inigualable revés llevaba cinco, y mientras en mis oídos resonaba la palabra modelo y doctorada, nuestro anfitrión y yo peleábamos abiertamente por acabar con la botella mientras aún nos quedara cordura.

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