Siempre se me han dado bien las palabras, desde pequeño encontré en ellas un refugio que la vida me negaba, y me entregué a su cadencia como si mi cordura dependiera de las mismas, lo cual he de decir que era desgarradoramente cierto.
Ha pasado mucho tiempo desde mi primer contacto con la literatura; Una vida, tal vez dos, quizás cientos o miles si contamos cada existencia que he vivido en los libros, cada sueño hecho mío durante unas horas.
He podido navegar por mares inexplorados, escalar las más altas montañas, conquistar las mas bellas mujeres y padecer tormentos inhumanos como si tal cosa. He podido ser explorador, navegante, aventurero, agente de la CIA, guerrero vikingo y hasta superviviente de un apocalipsis. Lamentablemente he olvidado muchas de esas relaciones.
En todo lo demás he fracasado miserablemente.
En la otra vida he resultado ser un tipo anodino, apreciado por pocos y elipticado por el resto. Un superviviente que sobrevive a duras penas, un abstemio con querencia por el whisky, la ginebra y la cerveza fría, un inadaptado que cumple a duras penas una función social, un borrego que esconde en los ojos un brillo mortal.
Quizás esa sea la palabra que defina muchos de mis actos. Mortal.
No entraré en detalles groseros, pero el ser un tipo gris que pasa desapercibido tiene sus ventajas.
Indudablemente, esto no significa que de súbito te vuelvas incorpóreo, es más como ese cuadro en la pared, sabes que está ahí, pero no le das ninguna importancia, y si un día alguien te comenta algo sobre lo feo que es, tendrás que hacer esfuerzos por recordar como era, que colores tenía, que imagen representaba.
No es la invisibilidad absoluta, pero si lo que más se le acerca.
Recuerdo un tipo, nunca supe su nombre, estuvimos compartiendo aseo durante casi 10 minutos mientras él hablaba pomposamente sobre adquisiciones por teléfono y yo consideraba si era lo bastante despreciable para librar al mundo de su presencia. Dudé tanto que casi lo dejo marchar, pero afortunadamente, mientras se lavaba las manos recibió otra llamada y su petulancia se engoló mientras hablaba de un próximo juicio al que tenía que asistir como defensor.
Ni siquiera había reparado en mi presencia, de hecho salió de este mundo con los ojos desorbitados por la sorpresa, como si de pronto hubiera visto un depredador materializarse a su lado, justo donde segundos antes no había nada.
Hay demasiados abogados en este mundo. Ahora uno menos. No nivelaré la cuenta, pero hago lo que puedo.
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