La suerte me ha perseguido toda la vida, la mala suerte para ser más exacto. De la otra, la que te sonríe y te da una buena noticia, la que el común de los mortales disfruta en alguna ocasión, esa, jamás ha ido a buscarme. Por no saber no se ni el aspecto que tiene.
La mala suerte en cambio es una vieja amiga; conozco cada detalle de su ropa, se como huele y como anda, incluso conozco su rostro.
No siempre tiene forma de persona, a veces se camufla en una alcantarilla donde van a parar tus llaves, otras toma forma de electrodomestico maldito que deja de funcionar en el peor momento, o de una caida tonta que te deja postrado una semana.
Cuando está de mal humor es cuando más es de temer ya que toma forma de regalo envenenado y se disfraza de su hermana buena. Es entonces cuando caen en tus manos aquellas llaves de la moto de tus sueños o unos inocentes billetes para un avión que nunca llegará aterrizar.
Es una vieja arpía, pero a la vez es una joven mujer insinuante, o un hombre con piel de cordero. Adopta tantas formas que a veces olvidamos su verdadero aspecto.
Ambas suertes la mala y la buena sólo obedecen los dictados de su jefe a quien muchos identifican como un hombre anciano, hierético y taciturno que siempre va vestido con una amplia túnica y oculta su rostro bajo una gran capucha la cual no deja adivinar sus rasgos. Craso error. En realidad su amo sólo es un muchacho, apenas un niño, caprichoso maleducado y consentido al que vulgarmente llamamos Azar.
El Azar, como si fuera un sargento ascendido a dictador, usa todo su poder (el cual es mucho) de una manera arbitraria y sinsentido, colmando de parabienes hoy, la cabeza que mañana ondeará en la pica por su mera voluntad. Nada hay que podamos hacer para librarnos de su influencia . . . o casi, porque la verdadera naturaleza del Azar, la fuente donde radica su poder, emana de nosotros mismos y de nuestra creencia de su infalibilidad, de que no hay nada que podamos hacer contra él. Es por eso que manda a sus huestes la buena, y sobre todo, la mala suerte contra nosotros para que nos golpeen repetidamente y nos hagan creer que vivimos en un universo donde sus caprichos son ley y en donde no hay nada más a lo que recurrir.
Ciertamente ha logrado engañar a muchos. Miles de personas viven en la Tierra intentando adivinar de que humor estará hoy. Si les castigará o les enseñará su rostro. Estas personas ya han perdido la batalla. Sólo son meras marionetas de sus volubles designios. Poco se puede hacer por ellas.
Y así, el Azar rinde pleitesia una y otra vez a su dueño.
¿De verdad creían que un ser como este, por muy poderoso que sea, era el escalón final?
Por favor, al principio he dicho que no era más que un niño caprichoso, ¿Quieren prestar atención? él no es más que un peldaño en la escalera, uno de los más bajos de hecho, no es más que un algoritmo con conciencia de si mismo y de lo que le rodea que no puede dejar de generar variables aleatorias como razón de su existencia. Aún así, actúa perfectamente como proceloso protector de lo que hay detrás. Tal vez porque si todos descubriéramos el camino que oculta se acabaría su poder, su misma existencia se extinguiría.
Pero, volvamos al principio, (todas las cosas para dejar de ser tienen que tener primero un inicio). La mala suerte.
Sinceramente, hay que reconocer que trabaja mucho y que hace bien su cometido. Creo recordar que fue tras meses de desesperación castigado implacablemente por ella cuando mi mente empezó a reaccionar y a buscar una salida mirando este mundo bajo otra perspectiva. No les digo que fue fácil, ni siquiera les mentiré diciendo que fue rápido e indoloro o que sabía lo que estaba haciendo o a donde me dirigía. No lo fue y en el camino seguí perdiendo, pero también lentamente, empecé a entender.
Pero basta por hoy, esas son historias para otro día y otro lugar, dudo que ahora mismo supieran aceptar la realidad. La verdad suele ser un plato que se indigesta muy a menudo.
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