El día en que muera nadie llorará por mí.
Cuando leí esta impactante frase contaba apenas diez años, y desde el mismo instante que lo hice, supe que iba destinada a mí.
Recuerdo que era un verano de los que derriten el ama y licuan el asfalto.
Yo había ido de vacaciones con mis padres y mi hermana a la granja que mis abuelos tenían en Fleetwood, Indiana.
El lugar había vivido días mejores y no lo digo sólo por la granja, el pueblo entero parecía estar en deconstrucción, (Heidegger aparte). Una suerte de muerte lenta y agónica, palpable como el calor, e igual de insistente que el sol el cual marchitaba los días y doblegaba a los hombres; metódicamente, con una tozuda y desalmada presencia. En aquel agujero sólo quedaban ya los que no tenían fuerzas para correr o ningún sitio al que llegar.
No recuerdo que suceso me llevó exactamente hasta el desván de la casa, supongo que el tedio de unos días interminables huyendo de mi hermana, o quizás fue la aventura de conquistar un sitio que nos estaba vedado, o tal vez, simplemente, la esperanza de hallar un rincón solitario y fresco.
Estaba oscuro y olía a algo que en aquel momento no pude identificar, ahora se que olía a aceite de teca y a tiempos pasados. En el medio de la estancia se dibujaba un cuadrado de luz proveniente del techo. El contraste era tan fuerte entre la negrura reinante y el destello luminiscente que años después lo rememoraría como un escenario en penumbra en donde un tímido foco espera la salida del artista.
En aquel sitio había montones de cachivaches apilados por todas partes, la mayoría sólo podía vislumbrarlos tenuemente, lo cual espoleaba aún más mi imaginación. Casi justo debajo del recuadro iluminado descansaba una caja de cartón inmensa, y en ella, debajo de un par de camisolas y algún que otro vestido desechado encontré el tesoro de aquel verano.
Apilados con cuidado y esmero me esperaban innumerables libros de toda clase, ordenados por tamaño y autor. Revistas del Reader’s Digest en un sorprendente buen estado de conservación, ejemplares del Time de diversas épocas e incluso números de Mad Magazine.
Recuerdo que abrí una de las revistas ilustradas y la primera viñeta que ví era la de un hombre sangrando al lado de una piscina, el texto que acompañaba la imagen decía:
El día que muera nadie llorará por mí.
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