Hay personas que exhalan un deje de tristeza y desesperanza allá por donde van contagiando todo a su paso, llenándolo de algo difícil de definir aunque muy tangible; Amargura.
Otra mañana intentando no asfixiarse en la realidad que consume. Pensando pintar unas horas color esperanza. Imaginando que aunque casi vacío y seco el bote que la contiene, de seguro puedes arañar unos gramos más, sólo para otro día, sólo para hoy, un sempiterno y odioso presente continuo.
Sabes que es vana ilusión y que sólo un milagro puede cambiar el negro par, pero aún así, lo intentas. Vuelves a apostar todo a esa remota posibilidad. Sigues suplicando el milagro, intentando tener fe y seguir entero.
Sabes que se merecen la mejor parte de tí (aunque no sea mucho).
Parcheas a toda prisa esas grietas de preocupación que amenazan con resquebrajar todo tu mundo . . . A veces te imaginas lo que pasaría si quitaras todos esos retoques que has ido poniendo día tras día, noche tras noche, cuando los demás duermen. ¿Quedaría algo en pie que no fuera un remiendo? ¿Quedaría alguien?
Sacudes tu cabeza de ideas vanas. Miras al cielo y ensayas una sonrisa . . . vaya chapuza, si alguien hubiera visto ese pobre remedo habría sentido miedo.
Alguien llega, esperas su aprobación, su sonrisa, su aliento . . . hoy tampoco será. Sólo una mirada y ya sabes que has fallado en todo. Otra vez.
Miras al suelo, aprietas los dientes y una frase salida de no sabes donde cruza tu mente. Hasta una patada en el culo te empuja hacia delante.
¿A ver si va a resultar que de tantas patadas me he pasado de parada sin enterarme?
Sólo sabes que te duelen las posaderas . . . y el alma.
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