Que la baraja estaba marcada es algo que siempre he sabido. Nunca me importó demasiado ni le preste más atención de la debida. Creía firmemente en mi interior que si jugaba bien las cartas, podría ganar a pesar del ruin amañe.
Era un iluso. Un ingenuo . . . como únicamente lo son los muy jóvenes o los muy estúpidos. Tal vez yo era un poco de ambos.
Con el correr de los años y de las manos infructuosas vislumbré una verdad insoslayable, dura de aceptar y pesada de sobrellevar. No iban a dejar que ganara aquel juego. No por que yo fuera alguien especial, sino precisamente porque no lo era. No podían permitirlo.
Están acostumbrados a ver el mundo desde el otro lado. Han convertido el planeta en el tablero de un maligno juego en el que poseen todas las fichas; las azules, las rojas, las amarillas . . . da igual el color o la bandera. Todas ellas son suyas y las disponen a su antojo. Las enfrentan a conveniencia o por mera diversión perversa. ¿Quién sabe?
Son depredadores voraces, no conocen la compasión ni se aitan jamás.
No sé cuando tomaron conciencia de sí mismos, quizás ni ellos puedan discernirlo. No obstante si posees una mirada atenta podrás seguir sus pasos a lo largo de la historia. Siempre han estado ahí. En las sombras.
La penumbra ha sido su fiel aliado tanto tiempo que al final han ido transmutando en tinieblas.
Pero no hace falta que viajemos tan lejos en el tiempo, quedémonos en el presente. Ellos adoran el presente. Nunca antes el ser humano ha estado tan conectado como ahora. Probablemente nunca jamás les haya sido tan fácil esclavizarnos.
Emponzoñan las redes que tejen tu mundo. Controlan la realidad. Deciden por nosotros.
Algunas veces temo dormirme, otras lo que temo es despertar convertido en John Murdoch. No me gusta el mar ni tengo ningún recuerdo placentero de mi niñez al que aferrarme. De hecho, en la realidad actual, aquellos Ocultos ni siquiera tendrían que tomarse la molestia de perseguirme.
Saben más de tí que tu mismo. Tus gustos, aficciones, amistades, que te gusta o que aborreces, con quien te acuestas y con quien te levantas. Aunque de esto último no podemos culparles, hemos sido nosotros quienes les hemos dado acceso a cada recoveco de nuestra vida.
Hace mucho que no gano una mano. Lo he intentado todo, desde combinaciones imposibles a faroles inauditos pasando por querer sacar un as de la manga. Sólo he conseguido mantener el tipo, caer la mor de las veces y aprender una cosa . . . que no se hacer trampas.
Sigo esperando la ola perfecta y mientras lo hago el tiempo desgrana su raudo paso. Ya no soy joven ni tan fuerte como solía. Ahora sólo mato dragones de tamaño medio y aún estos empiezan a costarme demasiado.
Mi súplica es corta, mi entendimiento más sucinto aún. No importa.
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